lunes, 9 de enero de 2023

 

Haciéndole caso a la agenda – Petite Maman

El 25 de diciembre de 2022, bajo el árbol, encontré uno de los regalos más prosaicos que suelo pedir anualmente y que no es otro que una agenda. Para mi sorpresa no se trataba del típico ejemplar común y corriente de pastas negras en la que encuentras el año a sobrevivir marcado sobre la cubierta en una suerte de relieve hundido sino que se trataba de una flamante Agenda Blackie Books 2023; Jamás, en todos mis años de existencia, he tenido una agenda que prometiera tanto desde la faja convertible en conveniente calendario.

Como si de un mercachifle de barraca de finales del XIX se tratara en “Un pasen y vean damas y caballeros” de manual mi ejemplar escribía sus virtudes sobre papel rosa vendiendo que en su tripa no solo encontraría lo habitual en este tipo de artículos sino que además hallaría citas inspiradoras, efemérides ilustradas, un calendario de frutas y verduras, listas para anotar mi progreso cultura a lo largo del año y recomendaciones de películas, cómics y libros. ¡La caraba oigan! Una excentricidad exquisita para urbanitas con poco criterio y muchos complejos a los que les encanta figurar y resaltar en el yermo cultural en el que supuestamente viven.

Sea como fuere soy de esas personas proactivas a las que les gusta aprovechar todo lo que pasa por sus manos o desfila ante sus ojos y con furia visigoda ataque la agenda revelándole algunos de mis  secretos, anotando mis quehaceres diarios y devorando todas y cada una de las minúsculas perlas que sus páginas están dispuestas a brindarme ya que, a fin de cuentas, no le llaman a uno todos los días pequeño milagro cósmico.

Y el primer día del año, que tuvo a bien caer en domingo, entre un enorme recuadro destinado a anotar los muchos  (o pocos, según la ambición del usuario) propósitos de Año Nuevo, una efeméride sobre un loro que exaltaba al führer en el zoo de Berlín a mediados del siglo pasado y una cita del poeta Jean Cocteau me topé con la primera recomendación semanal de índole cultural que la faja anunciaba con sobrias letras azules y se trataba de una película, pero no de una película cualquiera sino Petite Maman, el quinto largometraje de Céline Sciamma cineasta, con cierto parecido físico al cómico Joaquín Reyes, que no solo se encarga de dirigir sino que además firma el guión de este film tremendamente bien considerado por los circuitos de cine independiente y los descerebrados de los críticos que pululan por Rotten Tomatoes.

Mi agenda dice sobre la obra de marras: “Céline Sciamma aborda las relaciones maternofiliales y construye una fábula delicada y melancólica sobre la amistad entre dos niñas. Una gozada”. Y animado por esta pequeña sinopsis, su poca duración (70 minutos) y a que la podía disfrutar en la única plataforma que actualmente tengo contratada decidí verla a pesar de que mi relación con el cine francés es prácticamente inexistente y mis prejuicios hacia la producción cinematográfica gala profundos desde que me arrastraron a los Cines Princesa, en la Plaza de los Cubos, en el lejanísimo 1997 a ver el dramón Ponette (1996) de Jacques Doillon en versión original como actividad cultural complementaria a la clase de francés.

Esto no quiere decir que en los últimos 25 años no haya visto alguna que otra película francesa aunque trate de poner tanta tierra de por medio como me sea posible de alguna de las 15 cintas que se estrenan bajo el socorrido paraguas de “la comedia francesa del año” en nuestro país. Pero basta de yo, yo, yo…ustedes (los pocos) están aquí para saber que me ha parecido Petite Maman, film que, según la página web del Ministerio de Cultura y Deporte, vieron en cines 24.318 almas (y muchas me parecen) el tiempo que estuvo en las pocas salas que la proyectaran en otoño de 2021.

En sí la película es un episodio de La dimensión desconocida (The Twilight Zone) bañado en esa melancolía mezquina que el cine con ciertas pretensiones culturales y dogmáticas tiende a imprimir en su producción y que parece gritar (desde su diminuto púlpito): “borregos de la cultura de masas os estáis perdiendo lo bueno”. Bien, la trama gira entorno a una niña de 8 años (que camina como Fraga Iribarne en las últimas) llamada Nelly que acaba de perder a su abuela. Mientras ayuda a sus padres a vaciar la casa en la que su madre creció conoce en el bosque colindante a una niña muy parecida a ella misma con la que entabla amistad y con la que termina compartiendo un sorprendente secreto que a poca ficción que hayan consumido (y esta no tiene que ser especialmente sesuda) verán llegar desde lejos y haciendo ruido.

Como entenderán no estoy en absoluto familiarizado con la filmografía de Céline Sciamma pero en Petite Maman no he visto absolutamente nada en ella ni como directora, ni como guionista. Visualmente es plana hasta aburrir a pesar de que el tono de la película así lo exige y la historia, más allá del subtexto que le quieran buscar los amigos de lo injustificable, peca de poco original y previsible. A pesar de todo esto el film en sí no me disgustó; juegan a su favor su escasa duración y presupuesto modesto (casi 3 millones de euros). Si a eso le añaden lo inofensiva que es (por delicada), su armonía y sencillez como fabula funciona, pero querer ver más allá de lo que ofrece y escribir palabras altisonantes para epatar al personal como: “Una de las experiencias más transformadoras que nos ha ofrecido el cine en los últimos tiempos” cuando estoy absolutamente convencido de que dentro de cinco años no se va a acordar nadie de ella es pasarse de frenada y mucho.

¿Se ha equivocado mi prodigiosa, peculiar, pintoresca y rimbombante agenda con su primera recomendación cinematográfica? Diría que no pero tampoco calificaría como gozada esta discreta e insípida cinta dramática de 2021.

César del Campo de Acuña.

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